jueves, 23 de septiembre de 2010

Hermanos De Corazón

Y tiene seis años, el pelo lleno de preguntas y la mirada triste. El otro día, cuando íbamos a la fuente a por agua, me dijo que quería que fuera su hermana.
- Tienes que ponerte los mismos apellidos que tengo yo- me explicaba.
- Ya, pero es que si me cambio los apellidos, mis cuatro hermanos se pondrán tristes- objeté mientras pensaba que sería bonito tener un nuevo hermano, engañando una vez más a la genética.
Cuando era niña, todos los veranos coincidía en la playa con un matrimonio de abuelos que además de querer a sus nietos, encontraron tiempo y cariño para dedicármelo.
Hablábamos, jugábamos, nos bañábamos juntos y con la llegada del otoño nos separábamos, porque vivían en otra ciudad.
El tiempo se llevó los veranos que duraban tres meses, la niña que fui y un día, paseando por Bilbao me encontré con una de sus nietas.
- El abuelo Abilio está enfermo- dijo- apenas puede moverse.
Movida por el recuerdo que tenía de él, le busqué y en aquellos meses que precedieron a su muerte, me enseñó que el amor es abundante y acogedor.
Cuando le confesé que escribía, soltó una exclamación de alegría y yo, aún avergonzada de mi confesión, le pregunté:
- Pero abuelo, si no sabes si escribo bien o no, ¿por qué te pones tan contento?- a lo que respondió.
- Ada, me gustan tus cosas porque son tuyas- aunque no lo entendí, años después encontraría la explicación en un libro "el amor no tiene nada que ver con los méritos"*.
El día que murió mi padre nació uno de sus nietos y cuando volvimos a encontrarnos, le cogí de la mano y consoló mis lágrimas con su silencio.
Y aceptó que conservara mis apellidos y como soy demasiado cobarde para arañarme la mano con un puñal al modo indio, me escupí en la mano y le dije que hiciera lo mismo.
Creía que el apretón de manos había sellado nuestra hermandad, pero entonces vi cómo Y se chupaba la mano aún húmeda de baba.
Un grito ahogado resonó en mi mente y con el aplomo de la viajera que soy ("donde fueres, haz lo que vieres"), lamí tranquilamente la palma de mi mano.
Cuando levanté la vista, cogí la mano de mi hermano y bajamos el sendero que conducía a la fuente.

Las Palmas, 23 de septiembre de 2010



* Cita del libro "Mi Hermana del Alma" de C.B. Divakaruni.