martes, 16 de mayo de 2017

Mentiras Piadosas

Había ganado unos kilos y lo sabía porque la ropa me ajustaba demasiado. Es una sensación incómoda a la que no acabo de acostumbrarme a pesar de que me sucede bastante a menudo.
El otro día una amiga delicadamente me comentó que su hijo le había preguntado porqué estaba tan gorda y ella, prudente, le había dicho que  era porque disfrutaba mucho comiendo. 
Una de las cosas por la que me gustan  los niños, es  por su forma fresca y desinhibida de enfrentarse por primera vez al mundo. Sin embargo,  el filtro de la amiga no siempre estaría ahí para protegerme,  así que, de algún modo, debía prepararme.
Desanimada, salí de casa con Fido (compañero de piso que es perro) y mientras atravesaba el semáforo pensaba en qué respondería a un niño si me preguntase porqué estaba tan gorda. 
Cuando pisé la última barra blanca del paso de cebra ya tenía una historia concisa que explicara el tamaño adquirido. Dos semanas. Eso fue lo que tardé en testar la respuesta con niños:  dos niñas cinco años y el mayor de siete.
- Tienes un bebé dentro- dijo N triunfalmente señalando mi abultada tripa.
- No- respondí escueta y apurada.
- ¿Entonces?- insistió.
- Es que por la noches duermo con la  boca abierta y a veces respiro tan fuerte que me trago varias estrellas- iba a contarles  que cuando muriese todas esas estrellas saldrían de mi cuerpo apresuradamente como si de un fuego de artificio se tratara iluminando el firmamento nocturno de nuevo. Pero no pude porque el niño dejó de jugar, levantó la cabeza y sus ojos y boca se abrieron acompasados al imaginarme aspirando estrellas.
No pude hacerlo. 
Un niño puede creer cualquier cosa. Sin parámetros con los que medir el mundo, es libre de construirlo con cualquier instrumento que encuentre a su paso.
Por eso no pude hacerlo, por bonita que fuera mi historia era más importante preservar su tierna inocencia sin artificios.
- No es verdad, me he inventado esa historia- dije avergonzada de mi mentira-,  es que como mucho- confesé. 
El niño ajustó y sus ojos  sorprendidos que miraban más allá de la pared se posaron nuevamente en mí.
-  Pues deja de comer- rió N y volvió a sus juegos como si nada. 
La  respuesta de la nena me recordó que muchas veces, la vida, se ríe de mí dándome la solución que necesito y que me he vuelto loca buscando.
Las Palmas 16 de mayo de 2017