lunes, 26 de abril de 2010

!Cómo Está el Servicio!*

Se precisa empleada del hogar, interna, zona Tafira.

Persona seria, responsable y preferiblemente con referencias.

Se ofrece contrato y Seguridad Social, llevar C.V. a la calle X,

preguntar por XX, Gran Canaria, 928...............

Llegué a una oficina sobria, con cierto toque de diseño y me encontré con el matrimonio: él, director general y ella, sus labores.
El primero en hablar fue el director general quien me expuso las condiciones del trabajo. Lo primero que saltó de la oferta fue el término contrato, porque la jornada laboral comenzaba a las siete de la mañana y acababa a las nueve de la noche (después descubrí que se extendía habitualmente hasta las diez). Además, como los sábados también trabajaba, salían un total de setenta y cinco horas semanales.
El tiempo lo dedicaría a limpiar la casa, atender a los niños después del colegio ayudándoles con los deberes, darles de cenar y meterlos en la cama.
Mi futura jefa me explicó que su actual interna les había destrozado prendas de armani en la secadora y estaban buscando a alguien con un poco de sentido común.
Por suerte para ellos, yo me lo había dejado en casa: necesitaba el trabajo y aunque la hora trabajada salía por tres euros, de tanto trabajar, al final de mes era una cantidad digna.
Cuando llegué a casa me di cuenta de que nunca había estado todo el día trabajando y tardaría muy poco en reventar (caer enferma o por las escaleras del dúplex desmayada), así que escribí una carta en la que gentilmente declinaba la oferta y se la llevé a la oficina.
Él no estaba y su secretaria me dijo que buscaban a alguien de confianza, que fuera lista y negociara. Dejé que la buena mujer me vendiera el mismo coche con diferente matrícula y al día siguiente llamé y negocié las condiciones: tres horas de descanso al mediodía y los sábados libres (el director general me regateó el desayuno de los niños del sábado y se lo di).
Empecé a trabajar y los niños, viciados por las numerosas mujeres que habían pasado por el empleo, se dedican a desobedecerme, sabiendo que sus padres no los castigarían.
Así que decidí civilizarlos usando recursos que nunca había necesitado en mis anteriores trabajos: mordiscos (culo y pecho principalmente), chuparles la nariz y pedorretas en la tripa, además de abundantes cosquillas (por todo el cuerpo, claro).
Al tercer día el pequeño dejó de repetir la frase “éste es el peor día de mi vida” y el mayor se acostumbró a despertar con una sonrisa en la boca (su juego favorito era el arrastre, que consistía en cogerle por los pies y arrastrarle por el suelo hasta la cocina para que hiciera los deberes o cenara).
El miércoles (llevaba trabajando apenas tres días) , mi jefa se presentó en casa diciendo que su antigua empleada filipina deseaba volver y que cómo lo hacíamos.
Tranquilamente le contesté que me diera un margen para encontrar un lugar en el que vivir y que me iría el viernes de la semana siguiente. Ella se mostró impaciente porque me marchase antes y le confirmé que el viernes de la semana siguiente.
Aquella semana y media no sólo me sirvió para encontrar un sitio donde dormir, sino que también me permitió aprender varios trucos de cocina (la señora era una excelente cocinera); estrechar lazos con los niños; descubrir que no sé planchar (soy experta en fabricar arrugas, es un don que tengo) y tener una curiosa conversación con mi futura exjefa:
Había comido y estaba ya en mis horas de descanso cuando me llamó desde la cocina y me preguntó quién iba a cocinar las lentejas. Le respondí que era mi rato libre y ella me preguntó si no me parecía “un poco mucho tres horas para descansar”. Con un sencillo “no” di la conversación por concluida y me subí al cuarto que compartía con la plancha.
Cuando bajé la señora de la casa estaba cocinando las lentejas y al parecer seguía rumiando nuestra escasa conversación porque sacó otra vez el tema.
Le aclaré que once horas de trabajo ya me parecían suficientes y ella contestó que no le parecía trabajo, trabajo, que para ella trabajar era estar estresada, corriendo de un lado a otro. La conversación siguió cordialmente hasta que tuve que ir a buscar a los niños al autobús.
Llegó el sábado por la mañana y después de darles el desayuno a los niños, recogí mis cosas para meterlas en el coche de la amiga que me había venido a buscar.
Entre risas mi ya exjefa me dio dos besos y me confesó “eres la chica más rara que he conocido” y mientras le contestaba “sí, ya lo sé” me metí en el coche con la seguridad de cerrar un ciclo.
Gracias a ella viví la experiencia de saber que si no me valoraba apropiadamente, me colocaba en una situación muy precaria a expensas del criterio de otros y que hay veces, que la miseria se viste de armani.

Las Palmas, 26 de Abril de 2010


* Título extractado de una película de dirigida por Antonio Ozores del año 1968.


miércoles, 21 de abril de 2010

Mi Niña Interior

Hace ya tiempo, en una conversación, alguien me dijo que dentro de mí había una parte infantil que se había quedado niña, sin evolucionar y que debía sanarla. Pensé que tenía razón, pero no le di la suficiente importancia y aquello quedó como muchas otras cosas en mi vida en alguna recóndita sección de mi cerebro llamada “Asuntos pendientes”.
Sin embargo, era tan importante, que la vida fue dándome señales: niña interior, lo llamaba, identificación y al final me di cuenta de que si quería hacer cambios reales en mí, debía convertirme en su madre y cuidar de ella.
Así que poco a poco en las meditaciones comencé a visualizarla: una niña de unos siete años, con el pelo corto que se llama Adita.
Al principio fue durísimo “qué clase de madre soy” me decía avergonzada “cualquier otra te haría mejor servicio” trataba de convencerla. Una y otra vez la dejaba sola, la ignoraba y deseaba que alguien viniera a salvarnos (a mí de ella y a ella de mí), pero no había nadie más. Llegó el día en que mi niña me dijo que me quería a mí y conmovida, sentí que era así.
Ahora, si le cuento un cuento a un niño, es porque antes se lo he contado a ella y lo mismo hago con las canciones. Procuro sacarla a dar paseos y cuando me siento enfadada la visualizo diciendo todo tipo de barbaridades.
A ella le gusta correr desnuda por la calle y me grita “¡mira mamá!” mientras se agarra a las copas de las palmeras balanceándose. Le encanta volar con dragones de la buena suerte (como Fuyu, el de “La Historia Interminable”) y tirarse pedos en las papeleras vacías (es por su alegre acústica).
Yo la abrazo, y le digo que es una princesa, que me encanta cómo huele su pelo y le soplo los párpados. Ella me abraza y cada día que pasa se siente más amada y segura de sí misma.


Las Palmas, 21 de abril 2010

Carta después de Osorio

Todo comenzó hace más de seis meses, cuando alguien del coro sugirió la finca de Osorio para reunirnos en un intensivo. “Hay lista de espera, debemos decidirlo ya para enviar la solicitud”, dijo, así que en aquel ensayo lo votamos.

En enero, cuando se acercaba la fecha, nos la cambiaron “qué pesados” pensé, “seis meses esperando y además te arriesgas a que las fechas bailen, espero que el sitio valga la pena”.

El día antes de ir hablaba con una amiga de los planes del fin de semana:

- Los amigos hablan maravillas del sitio, pero lo único que quiero es sobrevivir al fin de semana. Tengo cogidos los pulmones, estoy afónica y me canso con facilidad, realmente voy para oír el repertorio y anotar las indicaciones del director- expliqué desganada.

Cuando llegamos el sábado a la mañana, los que se habían adelantado (afortunados que disponían mejor de su tiempo y habían entrado el viernes a la tarde en la finca) nos indicaron dónde estaban las habitaciones, la cocina, el comedor y la sala de ensayo.

Dejamos las maletas, la comida y con las partituras bajo el brazo distribuimos las sillas formando un pequeño anfiteatro. El teclado improvisado sobre la mesa, cojines para las sillas, Román con partituras para los despistados, bombones y varios termos nos sirvieron para engañar el frío de la mañana.

Al poco rato de estar ensayando apareció un tirolés, bueno, al menos, a mí me lo pareció: vestido con un traje regional centroeuropeo, se quedó escuchando. Era uno de nuestros vecinos, un invitado más de la casa que venía con su grupo de gira.

A la hora de comer, respetamos la distribución de las mesas del comedor y almorzamos en pequeños grupos. La tarde se deslizó tranquila y los que escaparon al sueño cantaron con guitarras, subieron al roque o simplemente se quedaron charlando. Incluso hubo quien aprovechó la invitación de un grupo celta que traía sus bailes y canciones.

Además observamos un continuo goteo de corredores que atravesaban la finca. Una amiga dijo:

- Mirad qué cansados, algunos vienen desde el sur de la isla- comentaba apenada.

Sin embargo, yo veía su determinación y eso me admiraba “La gente se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va” había leído en algún sitio. Aquellas personas estaban donde querían estar, buscaban sus límites físicos y se arriesgaban. Sentadas en el sendero que subía al roque, los veíamos pasar y un silencio respetuoso pausaba nuestra charla hasta que sus pasos se perdían entre las rocas.

Después de la cena un coralista nos pidió que sirviéramos de conejillos de indias: estaba preparando un taller de risoterapia y a modo de prueba y también de regalo nos ofrecía que participáramos[1].

Cuando terminamos, muchos se recogieron en los cuartos y unos pocos fuimos a dar un paseo sin más compañía que la oscuridad.

-Hay un sitio cerca de aquí que se llama El Llano de la Brujas- dijeron, y yo, muerta de curiosidad, ignoré la voz de mi interior que me decía que necesitaba esas horas para descansar.

Me hablaron de los duendes que guardan la finca, de extrañas fotos en las que se ven con más facilidad y de que se divierten haciendo travesuras a los visitantes.

El fuego de la chimenea quemó nuestros pensamientos y cuando al filo de las cuatro de la madrugada, renuncié a las brasas a cambio de una sencilla manta, pensé que al día siguiente pagaría caro el exceso.

Había estado toda la semana durmiendo mal, tosiendo por las noches y respirando con mucha dificultad. En aquella habitación estábamos sólo un famoso roncador y yo “mis pulmones silban tanto que hoy soy roncadora. Por favor, que mis toses no le despierten” pedí y me dormí resignada.

Cuando me desperté oí que mi compañero de habitación roncaba generosamente y descubrí que mi respiración estaba limpia. También mi voz se había recuperado y cuando lo comenté en el desayuno me dijeron:

- Es el clima y claro, que este sitio es mágico- y con una sonrisa silenciosa concluyeron la explicación.

Después del ensayo de la mañana, mientras muchos preparaban la comida (había organizada una hermosa paella para todos), decidí escaparme al Llano de las Brujas para hacer una meditación.

A esas horas los visitantes comparten ese lugar pero pensé que encontraría un sitio tranquilo. Cuando llegué observé a los distintos grupos: amigos, familias, varios perros e incluso un pájaro carpintero que trabajaba desde lo alto.

Allí estaba.

Su tronco era inmenso, a pesar de que su altura era escasa. Pero había algo más: su interior se abría desde la base y cuando te sentabas dentro, podías ver sus pliegues vivos retorciéndose hacia el cielo.

Así que cerré los ojos y respiré profundo, agradecida.

Dimos buena cuenta de la paella formando una gran mesa y aplaudimos la maña de los cocineros. El resto de la tarde sirvió para que recogiéramos y los guardas, que habían estado asistiéndonos el fin de semana, nos ayudaron con las últimas indicaciones.

Cuando llegué a casa llamé a mi amiga y le conté todo:

-Hay algo especial allí, algo mágico- concluí sonriendo y pensé que toda la espera había valido la pena.

Las Palmas, 21 de abril de 2010



[1] Después de muchas risas, descubrimos que era buena escribiendo cartas y por eso me ha tocado escribir ésta.

lunes, 12 de abril de 2010

Un Pájaro sin cielo

Cuando no siento a mi dios interior,
soy un pájaro sin cielo.
Puedo caminar y alimentarme,

pero no puedo sentir la libertad
de mis alas
desplegándose al viento.