miércoles, 16 de junio de 2010

Derrochando Conciencia

De vez en cuando caigo en la cuenta de los progresos que noto en mí misma: cómo hago por ser flexible, receptiva o paciente. Estas son palabras sencillas pero me suponen un esfuerzo y una rutina a la que no estoy acostumbrada.

A veces es peor, porque se trata de desaprender algo para cogerlo por otro sitio. Pongo un ejemplo: cuando era niña, mis hermanos y yo manteníamos nuestros cuartos arreglados porque mi madre nos lo mandaba.

Al morir, una de las cosas que se llevó fue la exigencia de pulcritud, así que me volví perezosa. Realmente ordenaba para contentarla y quedé presa de un hechizo que se rompería si ella volvía y recitaba las palabras mágicas “Ada, ordena tu cuarto”.

Cuando me di cuenta de esto, dejé de esperarla y aprendí que es hermoso tener la casa limpia, que me gusta ver superficies y que el orden me calma (cuando ordeno, me ordeno).

Bueno, decía que a veces noto cómo mis habilidades, a fuerza de usarlas, se amplían y la semana pasada pensé que estaba haciendo las cosas con bastante conciencia.

Esta autosatisfacción me duró poco porque la vida, que no desaprovecha una, vino a darme en los morros: perdí el móvil. Sólo podía estar en dos sitios: el salón de una amiga o el maletero de otra, pero cuando contacté con ellas, la respuesta fue negativa.

“Pues sí que ando bien” pensaba bastante escocida ya que sabía que con su pérdida bloqueaba la oportunidad de trabajar, mi agenda diaria y el contacto con los amigos. Una liada, vaya.

Recordé la historia del samurai que decidió presentarse ante un gran maestro porque se sentía preparado para le acogiera como discípulo. Entró en la casa, se presentó y después de explicar al maestro su proceso de aprendizaje hasta ese momento, escuchó una pregunta:

- ¿En qué lado de la puerta has dejado tu katana?- el samurai se levantó y sin decir nada se fue por donde había venido. Lo hizo porque no podía recordarlo y esa falta de atención le demostraba que aún no estaba preparado.

Lo mío fue más de andar por casa, sin testigos frente a los que avergonzarse. En la cocina, mientras digería mi orgullo, me vino un pensamiento “así estoy, derrochando conciencia” y empecé a reírme de mí misma.

Una hora después apareció el móvil (bien escondido en el maletero) pero no importaba porque ya había hecho mis deberes.

Las Palmas, 16 de junio de 2010

1 comentario:

  1. te veo,te leo,te entiendo y lo sorprendente es que siento lo mismo

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