domingo, 28 de agosto de 2016

De La Rue*

Acababa el mes de mayo en la finca y alguien me comentó “llega a la isla un grupo de jodorowskianos a dar unos talleres”. Ahí perdí el interés porque hacía años que había renunciado a hacer cursos, pero a mi interlocutora no le importó la fingida indiferencia “los conocerás de todas formas, es en Shejala”.
Llevaba viviendo en la finca mes y pico y el acontecimiento invadió mi realidad: preparar las habitaciones (bueno, dicho así suena un poco pretencioso, digamos mejor alojamiento), la compra para una semana entera para siete invitados (tres venían de regalo, por amistad y con la promesa de pasar unas vacaciones, al fin y al cabo, la isla es conocida por la calidez de sus días) y la tensión de no saber apenas cocinar (mi jefa en esa época aún está esperando por la elaboración de varios menús y es que solo sé elaborar algunos segundos y varios postres).
“Del cielo a las raíces” rezaba el flyer, incluso un programa de televisión de la isla les reservó unos minutos para entrevistarles.
Por cortesía se les fue a buscar al aeropuerto y cuando llegaron fueron instalándose en diferentes habitáculos (la caseta, la sala de meditación y las literas del barracón). 
Lo primero que recuerdo de él fue el  miedo que tenía a mirarle directamente a los ojos, El chico que llevaba la finca se acercó con él, me lo presentó y me pidió que le preparara la cama. Eso no era lo habitual, porque solíamos entregar las sábanas y la manta y que cada cual se apañara, pero yo lo que quería era volver a mis cosas, así que solícita asentí, me giré y fui directa al barracón.
Era un hombretón fornido, cuarenta y tantos, mirada afilada (un águila nos sobrevoló durante la comida a modo de saludo) y voz profunda. Con el paso  de los días fuimos conociéndonos y entre temazcales y cenas 
les conté mi viaje a París, el secreto de mi nombre y ellos, generosos, fueron mostrándome quiénes eran:
Un cantante de ópera en ciernes; una médica que siguiendo los pasos de Milton Erickson y su abuelo aplicaba la hipnosis a la terapia tradicional; una clown que me enseñó la importancia del "medio esmero" de su madre en la cocina (atendiendo a la elaboración estando presente y dejando que se haga); una india lejos de su tribu y el hombretón de enorme recorrido que se había vuelto terapeuta sabiendo que ése tampoco era el final del camino.
Me sentía  tan cómoda  con ellos, que sin darme dejé de esconderme y cuando ya acababa la semana,  el sábado por la tarde, justo antes del taller de sexualidad, me acerqué a la chica india y le dije:
- Me gustaría asistir al taller de sexualidad pero -a partir del pero empecé a sentirme pequeña y pobre- no puedo pagarlo. Tal vez algún tipo de trueque... escribo cuentos, doy masajes, no sé- cuando llegué a masajes la voz ya me fallaba. "Te vendes mal" la voz de mi hermano resuena cuando escribo esto.
- Voy a hablar con el resto porque tenemos una bolsa común y ahora vuelvo- dijo con suavidad y se fue. Me quedé aún más avergonzada al darme cuenta de que todos se enterarían, ¡qué apuro! pensé arrepentida de mi petición esperé un rato que se me hizo cortísimo gracias a la sensación de humillación y estrés que sentía en ese momento.
- Para participar en el curso tienes que construir conmigo un círculo de piedras alrededor de este árbol- ella esperó mientras yo miraba extrañada el suelo que nos rodeaba y asimilaba que me lo estaban regalando.
El primer ejercicio del taller era contar una historia pelín picante sobre la persona que teníamos al lado, en cuanto preguntó quién quería empezar, levanté la mano como un rayo y solté lo primero que se me pasó por la cabeza:
- Ella es tiene un coño muy bonito y además es presumida, pero claro ¿cómo disfrutar de la admiración de los demás sin provocar un escándalo? Una idea cruza su cabeza con la solución y sale disparada de casa, llega a la playa, se quita la ropa y entra en el mar con las piernas bien abiertas. 
Buah, las almejas, las ostras y los mejillones rompieron a aplaudir extasiados de tanta belleza- se oyeron unas risas y alguien por lo bajo explicaba al hombretón "es que escribe cuentos".
El taller era creativo y a medida que hacíamos los distintos ejercicios íbamos rotando para emparejarnos. También fuimos a una cueva a pintar y usamos de paleta unos platos de plástico. De vuelta en la sala los dejamos apartados y cuando fuimos a recuperarlos para otro ejercicio, me adelanté,  cogí  uno de ellos y se lo pasé a su dueña.
Al verlo, ella se sorprendió y dijo:
- La verdad es que no entiendo cómo sabías que era el mío- éramos diez personas en el curso.
- Yo tampoco lo entiendo- respondí con sinceridad. En circunstancias normales solo había podido reconocer el mío, pero estando con ellos mis capacidades se habían, no sé, ¿ampliado, estabilizado?. Por cierto, esta experiencia me aclaró porqué a veces uno más unos suman más de dos.
Sin darle mayor importancia volví a la página que en ese momento tenía delante. Mientras acababa el garabato oía la voz de la mujer explicando que en el siguiente ejercicio íbamos a usar una flor y  una voz en mi interior  dijo "ya sé con quién lo voy a hacer". Era la misma certeza que tenía momentos antes con el plato de plástico.
Levanté los ojos del papel y una amistosa mirada afilada esperaba a que acabara. Asentí con la cabeza y él sonrió. Es un privilegio para mí estar con gente que me hace sentir bien conmigo misma y ése no fue su único regalo.
Cuando llegó la mañana de la despedida fui uno a uno, feliz, sin dolor alguno por su marcha (otro regalo). Abracé a Antuán y le dije "cuando te conocí me diste mucho miedo"  y él gruñó con la fuerza de los animales salvajes "calla tonto" y me reí participando de la broma.
Me contaron que a veces se reunían y se mantenían en contacto de puntos tan diferentes como Sevilla, Valencia, Barcelona o París y yo, ingenua de mí, llevo años pensando que un día aprovecharé una de esas reuniones para verlos a tod@s.
Ya no podré verle, al menos como yo esperaba. Ha muerto y rastro de cariño que ha dejado no es suficientemente ancho como para que yo lo transite con mi humanidad.
Esta noche apenas he cenado, tal vez vaya a verle. Sí, eso haré, voy a encontrarme con él  como hacen los  viejos amigos, ésos que ya no necesitan decirse nada y sienten un placer enorme al notar la cercanía del otro. Es más, invitaré a todo el grupo. Joder, nunca pensé que la reunión podía organizarla yo. 
Buenas noches hermano, ya voy... 


Las Palmas, madrugada del  28 de agosto 2016




* Los nombres de los protagonistas de esta historia se han obviado por respeto a su privacidad.

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