jueves, 25 de junio de 2009

AL AMANECER

Aquella mañana me había despertado pronto intentando aprovechar al máximo el fin de semana. Era una casa rural de ésas que sólo encuentras si sabes dónde está, sin indicativos, el sitio perfecto para perderse y encontrarse.
Me senté mirando al este, esperando que el sol despuntara entre las montañas. Realmente el amanecer es un hermoso espectáculo: ver cómo los primeros rayos de sol se conjugan con la oscuridad y notar las variaciones en la tonalidad cuando el artista añade luz a su brocha.
He oído decir que cada momento es único y que la belleza nos rodea y emociona. Sin embargo ¿qué ocurre cuando esa belleza es una rutina, cuando los amaneceres se parecen tanto unos a otros? Es como cuando recorro un museo sin fijarme un itinerario: voy pasando por las salas hasta que de repente me saturo y ya no siento nada.
Así que allí sentada no esperaba que el amanecer me deslumbrase o fuera especial, simplemente existía y respiraba tratando de dejar la mente en blanco. Pero yo no necesito siquiera una mosca para distraerme y mientras miraba al cielo, pensé “¡Vaya! Si encontrara este lienzo en un museo pensaría que eso que hay en la esquina izquierda, donde las nubes se estiran formando un delicado tul, es un borrón. Sin embargo, éste es un cuadro vivo, un cuadro pintado por Dios”.
Fue en ese momento, mientras observaba el cielo de la mañana, cuando me di cuenta de que Dios también hace borrones.
Las Palmas, 25 de junio de 2009

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