viernes, 19 de junio de 2009

Muchos mundos para una vida

Llegué a su casa con el tiempo justo para recoger mis cosas ya que el plan era pasar la noche en casa de otra amiga. Sus tres hijos se entretenían intentando demorar al máximo el sueño y ella, agotada, trataba de calmarlos y cerrar el día sin más sobresaltos.
Al final, la niña se acomodó en la cama de la madre y los chicos se recogieron en su litera. Alejandro suele aprovechar esos momentos para preguntar sobre cosas que le inquietan y hasta que no está satisfecho con las respuestas, no se duerme.
Como si de un cuento se tratase, traté de explicarle que además de la realidad, hay otros mundos distintos que se entrelazan y confunden con ella. Le hablé del mundo de los espíritus; de los dragones; de las plantas y de los gatos.
Le expliqué que los seres humanos habitamos la realidad y que a veces, si aprendemos a ver, accedemos a esos mundos y enriquecemos nuestra vida. Todo esto le contaba mientras le recorría el pelo con las yemas de mis dedos y le dibujaba con delicadeza las cejas, la nariz y la boca.
Fue entonces cuando sonrió y me dijo que también existían el mundo de la bondad y el de la compasión y yo asentí y me callé porque no tenía nada que enseñarle.

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