sábado, 13 de junio de 2020

Ella Me Pintó



Fui a comer a casa de una amiga y mientras esperábamos a que el arroz reposara, vimos en la televisiõn una entrevista.
- Mira, es Mónica Lignelli, una pintora  argentina. El otro día estuve en su taller hablando con ella- de eso trataba la entrevista, de su viaje a España y su casa-taller en un pueblo perdido de la meseta.
Pasaron los meses y fui a Portugalete para asistir a un taller de danza-trance. El taller se impartía en una amplia sala de yoga y ahí estaba ella, bueno, su obra,  bueno, una obra. La pintura enorme de una mujer presidía la estancia. Reconocí el trazo y los colores y volvió el recuerdo de la entrevista con algún detalle "no pongo título a mis cuadros".
Pasó el día y los meses y las navidades llegaron tan festivas y perezosas como siempre.
- Mónica Lignelli está exponiendo en la estación Abando-  ése es el problema de mantener la amistad con alguien, que acabas teniendo temas recurrentes que vuelven de vez en cuando.
Con el paso de los años, he aprendido  a fijar la atención en cosas que me persiguen. Pongo un ejemplo: en su día varias personas que no se conocían entre sí me recomendaron "Donde cruzan los brujos" de Florinda Donner. 
Lo leí y renegué de él, pero ahí no quedó el asunto. Allí donde iba alguien me mencionaba el título y yo le contaba que lo conocía, que me había decepcionado muchísimo porque la protagonista, en su largo proceso de aprendizaje, una y otra vez se equivocaba.
Me llevó  diez años reaccionar, plegar mi impulso de darle fuego  y volver a leerlo. Encontré en él las equivocaciones de Florinda, pero también un montón de ejercicios para mí que he practicado por temporadas.
Así que sin darle mucha importancia, pensé en ir a la exposición de la pintora y si veía un cuadro bonito, me lo regalaría por mi cumpleaños.
Aquella mañana de enero el frío solo  mordía el abrigo y en mi impunidad bajaba animosa la calle que une la estación de trenes con mi piso. Un tramo de escaleras mecánicas y una sala totalmente acristalada que mostraba impúdicamente su interior a los transeúntes.
Todo el espacio estaba anegado de ellos, en la paredes como un puzle, en el suelo como adoquines o en hileras como los libros en una balda. El camino estaba tan bien delimitado por los cuadros, que era su ausencia precisamente lo que marcaba el recorrido.
Me lo topé de frente, una bofetada. No me  dolió pero algo explotó en mi cabeza. Inmóvil, me olvidé de si había gente tras de mí esperando para pasar. Apareció un pensamiento ¡SOY YO! y después  nada, una nada silenciosa. 
No conseguía pensar, ni moverme, estaba en estado de shock  "¡me han pintado!" balbucí en mi interior. Aún consternada otro pensamiento pasó veloz "¡qué bonito es!". 
No sé si fueron los dos años de filosofía en el bachillerato pero mi mente formuló el final del silogismo  " entonces, yo soy bonita". En ese instante estallé en lloros, inconsolable. 
Desde chiquitina siempre he procurado no llorar delante de nadie para evitar burlas. Cuando veíamos una película en familia y pasaba algo triste, mis hermanos se giraban y  hacían algún comentario chistoso al ver mis lágrimas. Tantos años intentando esconderme y allí estaba, tan asombrada, que  lloraba escandalosamente, al fin libre de la aprobación de los demás.
No sé lo que tardé, no importaba. Me sequé las lágrimas, tranquila y con los ojos recién llorados, me acerqué a hablar con la autora.
- Hola, me has pintado, ese cuadro soy yo. No puedo entender cómo, sin conocerme, has podido hacerlo.
A pesar de lo extravagante de mis palabras, ella me trató con amabilidad, sin sorprenderse de lo que le contaba. Me regaló una rana para sellar la magia del encuentro y cuando salí de allí me llevaba bajo el brazo, bien empaquetada, una niña llena de colores, canicas, plumas, conchas marinas y dos ventanas para mirar el mundo.


Las Palmas de Gran Canaria 13 de junio 2020



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